jueves, 11 de mayo de 2017

Ocho esculturas vascas



En los últimos años se han instalado muchas esculturas abstractas en espacios al aire libre. En el ámbito urbano han ocupado lugares destinados tradicionalmente a estatuas de personajes públicos relevantes o a monumentos relativos a acontecimientos históricos. Fuera de él han llevado al arte a dialogar con la naturaleza.
Esa tendencia se ha seguido muy particularmente en el País Vasco porque se ha producido una confluencia extraordinaria entre la demanda de ese tipo de esculturas por parte de las políticas públicas de urbanismo y ordenación del territorio, por un lado, y la existencia de unos magníficos escultores de la tierra capaces de realizarlas, por otro.
Y es que, como se ha dicho, mientras que los vascos tienen problemas para representar “imágenes” no sucede lo mismo con los “signos” como veremos en las ocho esculturas vascas que se mencionarán seguidamente cuyo objetivo es, justamente, la representación simbólica de la relación de los vascos con la naturaleza o la historia.
  
Jorge Oteiza - La variante ovoide de la desocupación de la esfera
Esta escultura, conocida popularmente como “la txapela”, está situada en Bilbao frente al Ayuntamiento y fue instalada en 2002. Es una réplica a gran tamaño (tiene 8 metros de alto y 6 de ancho y pesa 16 toneladas) de la escultura original del mismo título de 1958 y está realizada en acero cortén.

Jorge Oteiza - Construcción vacía con cuatro unidades planas negativo-positivo
En el Paseo Nuevo de San Sebastián se instaló, también en 2002, esta escultura de acero cortén, réplica a gran escala (mide 6 metros de altura, 6.60 largo y 6.70 de ancho y pesa 23 toneladas) de una obra anterior de 1957 que fue premiada en la IV Bienal de Sao Paulo.
Las dos esculturas de Oteiza pueden contemplarse como representaciones simbólicas de dos modos de habitación del vasco en la tierra: la cueva y la casa. La cueva se edifica desocupando el espacio. La casa se construye con unidades planas dispuestas angularmente entre sí.

Eduardo Chillida - El Peine del Viento
 El Peine del Viento es un conjunto de esculturas de Eduardo Chillida, de 10 toneladas de peso cada una, incrustadas en unas rocas, situadas en un extremo de la bahía de La Cocha en San Sebastián, que representan la relación biunívoca entre la posibilidad de dominar (peinar) el mar con artefactos apropiados y la ineludible oxidación que se produce en ellos con el paso del tiempo al estar sometidos al azote del mar.

Eduardo Chillida - Gure aitaren etxea (La casa de nuestro padre)
 Esta escultura de hormigón, de 8 metros de altura y 18 de perímetro, realizada en 1987, está instalada en el Parque de los Pueblos de Europa de Guernica. Representa simbólicamente una casa o un barco con una ventana abierta al árbol de Guernica (es decir a la historia de los vascos) que está situado a 200 metros de ella. 

Néstor Basterretxea - La ola
Instalada en el puerto deportivo de Bermeo en 2006, esta escultura de acero cortén y 8 metros de altura es un homenaje del autor a su pueblo atribuyéndole la fuerza de una gigantesca ola.

Agustin Ibarrola – Homenaje al pueblo de Basauri
Al igual que Nestor Basterretxea, Agustín Ibarrola donó esta escultura a su pueblo natal en 1990. La obra alude a la fuerza del pueblo vasco mostrando su capacidad de atravesar muros aunque estén realizados con acero cortén.

Andrés Nagel – “La patata”
 Esta escultura de bronce, de 9 metros de alto y 2,5 toneladas de peso, se instaló en 2003 en una rotonda del municipio de Zornotza y ha sido objeto de un conflicto judicial entre el Ayuntamiento y el autor respecto a la posibilidad de trasladarla sin su permiso.
Aunque no ha tenido mucho éxito popular, la obra tiene una fuerza telúrica innegable, un atributo característico del imaginario vasco.

Frank Gehry – Museo Gugenheim
Y, finalmente, también cabe conceptuar al Museo Gugenheim de Bilbao como una escultura vasca porque ha sido el mejor ejemplo reciente de la capacidad de los vascos para meter goles.

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