jueves, 10 de agosto de 2017

Arroyo


Como la Fundación Maeght ha montado una gran exposición antológica de Eduardo Arroyo, coincidiendo con su 80 aniversario, que se exhibe actualmente en su sede de la Costa Azul, es una buena ocasión para ocuparse de este pintor y escultor.  

Los cuatro dictadores, 1963, Museo Reina Sofia 

Este cuadro representando, respectivamente, a Franco, Mussolini, Salazar y Hitler, le dio una fama temprana. La consiguiente retirada de su pasaporte español le permitió disfrutar de la vida parisina hasta la muerte de Franco.

Como Arroyo también es escritor, en pintura adoptó el estilo de la figuración narrativa -en contra de la corriente abstracta predominante en los años sesenta- y, como buen exiliado, entre los temas que abordó, España ocupó naturalmente el primer lugar.


La mujer del minero Pérez Martínez llamada Tina es rapada por la policía, 1970 

Este cuadro -escogido por la Fundación Maeght como “imagen” de la exposición de 2017- ejemplifica las claves de la pintura de Arroyo: utilización de formas simplificadas y colores planos -como en el pop art- para “narrar” una determinada “realidad” (pero no cualquier “realidad” a diferencia de, por ejemplo, el por art de Andy Warhol) como, en este caso, la represión policial de las huelgas mineras asturianas de 1970.

Y, como veremos seguidamente, la ironía es uno de los fundamentos de las narraciones de Eduardo Arroyo.   


El caballero español, 1970, Centro Pompidou 

¿Qué mejor manera de desmitificar al caballero español que representarlo con bata de cola y en posición amanerada?

Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria, 1988, Museo Reina Sofía 

O, cambiando de tercio, rememorando el episodio en el que la gran bailaora y cantaora Carmen Amaya, necesitando imperiosamente alimentarse de sardinas fritas, no tuvo otro remedio que utilizar como sartén el somier de su cama en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York.

Le retour des croisades, 2017, Fondation Maeght

O, en fin, imaginar la analogía entre un picador cansado y un caballero cruzado volviendo derrotado de Tierra Santa tras un largo camino descrito con las postales de sus mejores paisajes.

Y si a un exilado le duele (y/o le cabrea) España es inevitable que mire a sus predecesores. En esa tesitura Arroyo eligió a José María Blanco White, coincidiendo en ello con Juan Goytisolo, y a Ángel Ganivet. Para representarlos optó por la elipsis.


José María Blanco White se sent observé pres de Cock Lane, 2017, Fondation Maeght

En toda la serie de cuadros que le dedicó, Blanco White, que era todo un caballero, está representado como un maniquí de medio cuerpo vestido con camisa, chaleco y pajarita perseguido por un sabueso.

  
Suicidio de Ganivet, 1978

Y en la serie dedicada a Ganivet, del cónsul en Riga solo aparecen unos pies vestidos con unos lustrosos zapatos a punto de desaparecer en el río Duina.

Tras volver a España en la obra de Arroyo comienzan a aparecer moscas. Sea porque, debido al calor, están más presentes en la realidad española que en la francesa o porque en España son entes a la vez inevitables e indeseables, esos insectos cobran importancia en una obra con una creciente vertiente escultórica.

  
Jarrón, 2006, Fondation Maeght 

Las moscas de Arroyo tienen el cuerpo amarillo, la cabeza negra y las alas y patas blancas.



Se hicieron famosas a partir de la instalación en la plaza de Puerta Castillo de León en abril de 2011 de un enorme moscón de 280 Kg sobre la pared de una antigua iglesia junto a la muralla y 20 moscas sobre un entramado metálico en forma de tela de araña en el interior del “vánitas” del arco de la muralla. El unicornio colgado de una grúa en la propia plaza también es obra de Arroyo.
¿Sera verdad, como propone Arroyo, que en España cada vez hay más moscas?


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