Como veremos
seguidamente el verano se puede pintar de muy diferentes maneras.
Claude Monet, Amapolas,
1873, Musée d´Orsay
Este es un
buen ejemplo de un paisaje de verano que participó en la primera exposición
impresionista que tuvo lugar en 1874. La esposa y la hija de Monet “flotan” en
un campo ondulado con unas amapolas destacadas sobre un fondo lila.
Vincent Van Gogh, A Wheatfield with Cypresses, 1889,
National Gallery
A diferencia
de la calma que transmite el cuadro anterior, este campo de trigo con cipreses parece
alterado por la proximidad de una tormenta veraniega. Como Van Gogh lo pintó
durante una estancia en el asilo mental de Saint Rémy puede que la tormenta
estuviera en la mente del pintor.
Joaquín Sorolla,
Paseo a la orilla del mar, 1909, Museo Sorolla
Si el verano
transcurre al lado del mar, ¿Quién mejor que Sorolla para pintarlo?
Afortunadamente su mujer, Clotilde, y su hija María visten de blanco para que
el pintor pueda demostrar un virtuosismo en el manejo de ese color que no tiene
parangón.
Salvador Dalí, Bañistas
de Es Llaner, 1923, Teatro-Museo Dalí
Mientras que lo que ocurre en
los tres cuadros anteriores procede de la realidad,
lo que pinta un Dalí en éste, con 18 años, es su versión de lo que podríamos
llamar el eterno femenino utilizando una
estética cubista. Esas bañistas, cada una de ellas en una posición diferente, son
para él las nuevas venus del siglo
XX.
Dalí pinta el mar con una
técnica puntillista para que el oleaje proporcione dinamismo al cuadro.
Este cuadro
es una pintura del verano porque Pollock lo pintó en esa estación, incorporando
por tanto lo que sucedía en su interior en ese tiempo. A la vista del mismo, cabe
intuir que Pollock se encontraba lleno de energía.
Edward Hopper, Second
Storey Sunlight, 1960, Whitney Museum of American Art, New York
A pesar de suceder
en verano, la escena representada por Hopper no transmite optimismo (¿hay algún
cuadro de Hopper que lo haga?) pero quizá sí quietud, que es algo que acontece
especialmente en las últimas tardes del mes de agosto. La anciana de negro y la
mujer en bikini no tienen otra cosa que hacer más que contemplar el paisaje.
David Hockney, A
Bigger Splash, 1967, Tate
La piscina es
un lugar donde pasar el verano y eso es lo que representa Hockney en este
cuadro. No hay en él ninguna figura humana, solo la espuma creada por la
zambullida de un invisible nadador después de haberse tirado a la piscina desde
el trampolín amarillo.
Como buen
artista pop, Hockney proporciona una imagen simple y potente del tema basándose
en las piscinas de las mansiones californianas que conoció durante su estancia
en ese Estado.
Fernando Zóbel, El
Júcar X, 1971, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca
En este
cuadro se representa un paisaje del río Júcar con un lenguaje propio.
Todo en él es muy sutil, incluyendo la tenue cuadrícula estructural. Tanto el
río como los elementos básicos del paisaje se sugieren con manchas de color.
Bridget Riley, To a
Summer's Day, 1980, Tate
En este
cuadro se emplean cuatro colores (azul, violeta, rosa y ocre) y cada onda
emplea tres colores a la vez, variando de color después de una longitud y media
de onda. La dirección de avance de cada onda también cambia de una a otra de
manera que parezcan entrelazadas. Con todo ello se sugieren los distintos
ritmos que confluyen en un día de verano.
Joan Miró, 1983
Los cuatro
trazos con los que Miró pintó el sol de España son, sin duda alguna, los más
eficaces de la historia del arte.
Alex Katz, Harbor #9,
1999
Viendo este
cuadro cabría pensar que está pintado del natural (con un lenguaje pop) pero
nada más lejos de la realidad. Es una obra de gabinete en la que la ubicación
de cada personaje y su representación están cuidadosamente estudiados para
lograr capturar el instante de la percepción de una escena de playa por parte
de un espectador. Por eso Katz simplifica al máximo las formas de los personajes
y de los elementos del paisaje.