miércoles, 26 de julio de 2017

Verano


Como veremos seguidamente el verano se puede pintar de muy diferentes maneras.


Claude Monet, Amapolas, 1873, Musée d´Orsay

 Este es un buen ejemplo de un paisaje de verano que participó en la primera exposición impresionista que tuvo lugar en 1874. La esposa y la hija de Monet “flotan” en un campo ondulado con unas amapolas destacadas sobre un fondo lila.  


Vincent Van Gogh, A Wheatfield with Cypresses, 1889, National Gallery

A diferencia de la calma que transmite el cuadro anterior, este campo de trigo con cipreses parece alterado por la proximidad de una tormenta veraniega. Como Van Gogh lo pintó durante una estancia en el asilo mental de Saint Rémy puede que la tormenta estuviera en la mente del pintor.


Joaquín Sorolla, Paseo a la orilla del mar, 1909, Museo Sorolla 

Si el verano transcurre al lado del mar, ¿Quién mejor que Sorolla para pintarlo? Afortunadamente su mujer, Clotilde, y su hija María visten de blanco para que el pintor pueda demostrar un virtuosismo en el manejo de ese color que no tiene parangón. 


Salvador Dalí, Bañistas de Es Llaner, 1923, Teatro-Museo Dalí 

Mientras que lo que ocurre en los tres cuadros anteriores procede de la realidad, lo que pinta un Dalí en éste, con 18 años, es su versión de lo que podríamos llamar el eterno femenino utilizando una estética cubista. Esas bañistas, cada una de ellas en una posición diferente, son para él las nuevas venus del siglo XX.

Dalí pinta el mar con una técnica puntillista para que el oleaje proporcione dinamismo al cuadro.

Jackson Pollock, Summertime: Number 9A, 1948, Tate Liverpool

Este cuadro es una pintura del verano porque Pollock lo pintó en esa estación, incorporando por tanto lo que sucedía en su interior en ese tiempo. A la vista del mismo, cabe intuir que Pollock se encontraba lleno de energía.


Edward Hopper, Second Storey Sunlight, 1960, Whitney Museum of American Art, New York 

A pesar de suceder en verano, la escena representada por Hopper no transmite optimismo (¿hay algún cuadro de Hopper que lo haga?) pero quizá sí quietud, que es algo que acontece especialmente en las últimas tardes del mes de agosto. La anciana de negro y la mujer en bikini no tienen otra cosa que hacer más que contemplar el paisaje.


David Hockney, A Bigger Splash, 1967, Tate 

La piscina es un lugar donde pasar el verano y eso es lo que representa Hockney en este cuadro. No hay en él ninguna figura humana, solo la espuma creada por la zambullida de un invisible nadador después de haberse tirado a la piscina desde el trampolín amarillo.

Como buen artista pop, Hockney proporciona una imagen simple y potente del tema basándose en las piscinas de las mansiones californianas que conoció durante su estancia en ese Estado.


Fernando Zóbel, El Júcar X, 1971, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca 

En este cuadro se representa un paisaje del río Júcar con un lenguaje propio. Todo en él es muy sutil, incluyendo la tenue cuadrícula estructural. Tanto el río como los elementos básicos del paisaje se sugieren con manchas de color.




Bridget Riley, To a Summer's Day, 1980, Tate 

En este cuadro se emplean cuatro colores (azul, violeta, rosa y ocre) y cada onda emplea tres colores a la vez, variando de color después de una longitud y media de onda. La dirección de avance de cada onda también cambia de una a otra de manera que parezcan entrelazadas. Con todo ello se sugieren los distintos ritmos que confluyen en un día de verano.



Joan Miró, 1983 

Los cuatro trazos con los que Miró pintó el sol de España son, sin duda alguna, los más eficaces de la historia del arte.


Alex Katz, Harbor #9, 1999 

Viendo este cuadro cabría pensar que está pintado del natural (con un lenguaje pop) pero nada más lejos de la realidad. Es una obra de gabinete en la que la ubicación de cada personaje y su representación están cuidadosamente estudiados para lograr capturar el instante de la percepción de una escena de playa por parte de un espectador. Por eso Katz simplifica al máximo las formas de los personajes y de los elementos del paisaje.

jueves, 13 de julio de 2017

Meninofilia



Hasta el siglo XIX los artistas españoles solo podían demostrar su admiración por Las Meninas de Velázquez haciendo copias más o menos respetuosas de la obra del maestro como la realizada por Goya que se muestra seguidamente a su lado.
  
                          
En el siglo XX Picasso dispara la meninofilia al dedicarse exclusivamente durante varios meses en 1959 a pintar 44 “variaciones” del cuadro de Velázquez o de alguno de sus personajes que hoy pertenecen al Museo Picasso de Barcelona. 
  En esas "variaciones", haciendo un ejercicio de metapintura, Picasso utiliza un lenguaje esencialmente cubista, realzando determinados elementos compositivos y alterando, en su caso, el papel que juega en el cuadro cada uno de sus personajes. 
 

 En este caso engrandece de manera notable al pintor y desfigura las imágenes de los reyes en el espejo. Para Picasso el rey no es Felipe IV sino Velázquez.




 En estas dos variaciones Picasso lleva al límite sus interpretaciones cubistas pero mantiene a la Infanta Margarita como la figura central al igual que en el original. 
Picasso también realizó variaciones de alguno de los personajes del cuadro y en particular de la Infanta Margarita.
   
 
Para comprender el éxito de las variaciones de Picasso basta contemplar la siguiente obra del artista pop británico Richard Hamilton, titulada Las Meninas de Picasso, que se expuso en el Museo del Prado en 2010.


 En un ejercicio de metapintura al cuadrado, Hamilton pone a Picasso en el lugar de Velázquez (sustituyendo, claro está, la cruz de Santiago por la hoz y el martillo) y los personajes del cuadro (salvo el de la Infanta Margarita) ya no tienen sus propias caras sino las de unos personajes picassianos.
Estando ya bien consolidada la meninofilia, la obra de Manolo Valdés sobre el tema, tanto pictórica como escultórica, le ha dado una dimensión popular considerable.




Esta es una escultura suya instalada en una plaza de Alcobendas en el año 2000 y las mostradas seguidamente son esculturas instaladas temporalmente en la Plaza Mayor de Valladolid en 2008 y que también han sido expuestas en otros lugares.


 


Las meninas de Valdés -pues así se las llama-, que han alcanzado un carácter icónico indudable, proceden de la Infanta Margarita de Velázquez como se muestra seguidamente.



Y en la ideación de ese icono, Valdés, siendo fiel al original, ha optado por unas formas acampanadas que lo alejan de otras alternativas y, en particular, de las formas cubistas de Picasso como se muestra seguidamente.
 

Lo curioso del caso es que las meninas de Valdés no representan en rigor a las verdaderas meninas del cuadro de Velázquez que son las dos jóvenes que atienden a la Infanta Margarita (dos personajes históricos reales: Isabel de Velasco y María Agustina Sarmiento de Sotomayor) sino a la propia Infanta. De hecho, según el Diccionario de la Real Academia una menina es “una niña de familia noble que entraba en palacio a servir a la reina o a sus hijas”.
Así pues, con las meninas de Valdés también se ha creado un nuevo significado para la palabra “menina”: representación pop de una mujer vestida a la moda de la corte española del siglo XVII (como las que aparecen en el cuadro Las Meninas de Velázquez).